En este post veremos otra de las distorsiones cognitivas que os vengo explicando desde hace varias semanas: La etiquetación: otra forma irracional y engañosa de mirarnos a nosotros mismos y a los que nos rodean.
Según la RAE, una etiqueta es una calificación estereotipada o simplista o una pieza de papel, cartón u otro material semejante, generalmente rectangular, que se coloca en un objeto o en una mercancía para identificación, valoración, clasificación, etc. Y esto es precisamente lo que hacemos a menudo con nosotros mismos y con los demás.
Ciertamente, el ser humano necesita clasificar el mundo en categorías para poder darle sentido, pero en muchas ocasiones esta forma de pensar nos juega malas pasadas, provocando visiones distorsionadas de la realidad.
Razonamos de esta manera irracional cuando asignamos una etiqueta general con carácter habitualmente negativo y absoluto. Cuando hacemos esto, tendemos a mirar sólo a través de ella, reduciendo la realidad a un elemento exclusivamente.
A José se le rompió un jarrón mientras estaba limpiando y pensó: “Soy un manazas, no hago nada bien”, tras lo cual recordó muchas ocasiones en las que había cometido un error y sintió tristeza e impotencia.
Esta manera de pensar socava la autoestima cuando está dirigido a nosotros mismos porque consideramos que un error nos define, nos limita obligándonos a centrar la atención en aspectos negativos que consideramos globales y estables. Cuando está dirigido a los demás nos impide ver igualmente la totalidad de la persona y generamos emociones como ira, enfado, frustración, etc.
Cuando colocamos un “sambenito” tendemos a considerar que es absolutamente cierto y que siempre ocurre así, buscando a nuestro alrededor información que confirme nuestra idea inicial e ignorando aquella que la contradice. Cada manifestación errónea fortalece nuestra teoría, la cual suele estar sesgada desde el principio. Esto genera mucho dolor, bloquea nuestras actuaciones y las relaciones con los demás.
Solemos comenzar este pensamiento con “soy un…”, “eres un…”
Veamos varios ejemplos más:
A Clara le gustaría conducir pero aún no se ha sacado el carnet porque piensa: “Soy demasiado torpe, no puedo hacerlo”.
Marcos llegó a casa llorando del colegio porque se había enfadado con un compañero. Su madre le dijo: “Hijo mío, qué llorica eres.”. Después le recordó todas las veces que había llegado a casa llorando.
María fue al médico porque le dolía la espalda y el doctor le prescribió un medicamento que no le alivió el dolor. Pensó: “Este hombre es un incompetente” y se sintió muy enfada.
¿Qué hacer para combatir esta distorsión cognitiva?
Valora el comportamiento, no la persona.
Permítete el error, tienes derecho a cometerlo y los demás también.
Define el verdadero significado de la etiqueta.
Para y pregúntate:
¿Cuáles son las pruebas que apoyan este pensamiento?
¿Ocurre así en todas las ocasiones?
¿Estás centrando la atención en un error y obviando el resto de la actuación?
¿En cuántas ocasiones ocurre de forma distinta? Enuméralas.
¿Sólo eres eso o eres algo más? ¿Qué aspectos positivos rebaten esa etiqueta? Escríbelos uno por uno.
¿Ese pensamiento te ayuda a sentirte bien contigo mismo? ¿Y con los demás?
¿Qué ventajas tiene pensar así? ¿Cómo afecta a tu estado de ánimo?
Si las cosas son así, ¿puedes y/o quieres hacer algo para cambiarlas?
La autocrítica es necesaria, nos ayuda a crecer, a mejorar, a reparar los errores, pero siempre y cuando sea constructiva, no destructiva.
“Renuncia a definirte, y a definir a los demás. No morirás, entrarás en la vida. Y no te preocupes por cómo te definen los otros. Cuando te definen, se están limitando, de modo que ese es su problema.”
– Eckhart Tolle –
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