“Debería ser más amable con los demás”, “Debería ser más eficiente”, “Debería pensar más en los demás y no ser tan egoísta”, “Tienes que ser más valiente”, “Deberías cuidar más de tus padres”, “Tengo que aprender inglés”, “No debes mostrar tus emociones, tienes que ser fuerte”, “Deberías ser más comprensivo”, “Tengo que ser autosuficiente” “Mis hijos deberían hacerme caso”, “Mi pareja debería agradecerme lo que hago por ella”.
¿Cuántas frases como esta pasan a diario por tu mente? ¿Cómo te hacen sentir?
En el post anterior os hablaba de cómo hemos desarrollado formas erróneas e ilógicas de pensar que nos limitan y hacen que se tambalee nuestro mundo emocional, las distorsiones cognitivas. Veamos hoy la que quizás sea la más tirana y opresora de todas: “los debería”.
Los “debería” son exigencias extremas, normas rígidas que nos hacemos a nosotros mismos, al mundo o a los demás. Marcamos un listón demasiado alto en función de cómo creemos que han de funcionar las cosas y lo convertimos en una obligación ineludible, en una ley. Lo que no coincide con estas demandas nos resulta inaceptable, generando un gran malestar cuando no las alcanzamos. Albert Ellis, uno de los psicólogos más importantes del siglo XX, consideraba que los “debería” son la causa de todos los desequilibrios emocionales y, por tanto, la mayor causa de infelicidad.
¿Por qué ocurren?
Como comentábamos al explicar cómo adquirimos las formas de pensar distorsionadas, los “debería” se originan sobre todo en la infancia o en la adolescencia, a través de lo que hemos observado o nos han inculcado aquellos que eran un modelo para nosotros: padres, abuelos, profesores, etc. A edades tempranas todavía no hemos desarrollado el pensamiento crítico, ni capacidad para ser objetivos, ni para relativizar, por lo que tendemos a adoptar esas enseñanzas como verdades absolutas e inmutables.
¿Qué efectos tienen?
El problema de las imposiciones no radica en querer acercarnos a nuestro yo ideal, el deseo de mejorar es sano siempre que sea moderado y flexible, el problema es que si no alcanzamos ese objetivo (y no olvidemos que la perfección es imposible de alcanzar) nos desvalorizamos, nos castigamos, a nosotros mismos o a los otros, y nos centramos en la molestia que nos causa la situación, dejando de atender a las posibles soluciones.
Los “deberías” hacia uno mismo favorecen la autocrítica destructiva, el perfeccionismo extremo. Provocan ansiedad, culpabilidad, bloqueo y son demoledores para la autoestima.
Fran es el padre de Roberto, un niño de 5 años que a menudo le pide que lo lleve al parque a jugar con otros niños. Fran solía acceder y se quedaba cerca charlando con otros padres mientras todos miraban de vez en cuando para asegurarse que los niños no corrían peligro. Hace un mes Roberto se cayó del tobogán y le tuvieron que dar puntos en la ceja. Miguel pensó “Los padres debemos estar siempre alerta. No tendría que haberme despistado. Esto ha sido por mi culpa, no soy un padre como es debido”
Fran se sintió muy inseguro respecto a sus capacidades como cuidador. Teme que a su hijo le pueda pasar algo por su culpa. Ha comenzado a disminuir la frecuencia y la duración de las salidas al parque y ya no disfruta de esos ratos. Cuando lleva a Roberto a jugar nunca lo deja solo, sobreprotegiéndole en todo momento.
Veamos otro ejemplo:
Cuando Miguel era pequeño pasaba los veranos con su abuelo. Recuerda cómo le contaba mil historias y cómo le enseñaba las labores del campo. A menudo le decía “Las cosas se hacen bien o no se hacen”. A día de hoy Miguel es periodista, trabaja escribiendo una columna en un periódico de tirada nacional. Suele quedarse trabajando hasta muy tarde, aunque tiene la sensación de que no avanza, de que está bloqueado, nada de lo que hace le parece suficientemente bueno. Es muy exigente consigo mismo y pasa horas midiendo y comprobando cada palabra que escribe. Cuando no se siente satisfecho con lo que ha escrito suele rehacer el artículo completo. Últimamente ha perdido bastante peso y tiene problemas para dormir y cuando lo consigue tiene pesadillas en torno al trabajo, ya que hace tiempo que su jefe le reprocha que no cumple con los plazos de entrega. El otro día le dio un ultimátum: “Me gustan tus artículos, pero los entregas en el tiempo establecido o tendré que despedirte”.
Los “deberías” dirigidos a los otros y al entorno surgen de las mismas creencias absolutistas, subjetivas y encorsetadas. Provocan emociones como rabia e ira, generan agresividad, ansiedad, frustración, resentimiento y conflictos con los demás.
Paco recibió algo de dinero extra y decidió invertirlo en bolsa, pero debido a la crisis el valor de las acciones ha bajado y ha perdido prácticamente todo el capital del negocio. Desde que Nieves, su esposa, conoció la noticia se ha sentido muy enfadada y frustrada. Nieves ha crecido con una madre dominante y autoritaria y un padre apocado y dependiente. A menudo le dice: “Deberías haberme consultado antes de hacer esa inversión, no deberías haberla hecho. Tienes que ser más responsable, deberías escucharme y hacerme caso” Desde este incidente Paco y Nieves discuten constantemente y la relación se está erosionando.
¿Cómo librarse de esta distorsión?
Cada vez que escuches en tu interior un “debería” para y piensa:
¿De dónde procede esta norma rígida?
¿Cómo y cuándo la he aprendido?
¿Es verdad para mí?
¿Es una imposición basada en un miedo irracional? ¿Cuál es ese miedo?
¿Es un hecho objetivo, existen pruebas de que esto deba ser necesariamente así?
¿Estoy intentando cumplir mis propios deseos o estoy intentando llevar a cabo lo que los demás esperan de mí?
¿Es un mandato ineludible o es algo que he elegido libremente?
¿Es una meta alcanzable o inalcanzable?
¿Cómo me está perjudicando esta exigencia?
¿Qué ocurre si no alcanzo este mandato tan severo? ¿Qué es lo peor que puede pasar?
Para comprobar la validez del pensamiento sustituye el “debería” por un deseo genuino (“quiero”) o por una decisión consciente (“decido” o “me conviene”). Si es algo que no exigirías a los demás no te lo exijas a ti mismo. Se flexible, acepta tus propias limitaciones, perdónate los errores y, sobre todo, trátate a ti mismo con el mismo cuidado y amor con los que tratarías a alguien muy querido que se encontrara en una situación similar.
Cuando el imperativo esté dirigido a otros sustitúyelo por “me gustaría”. Plantéate si ese “debería” obedece a lo que te conviene principalmente a ti. ¿Es lícito que los demás tengan que adoptar tus mismos valores? Acepta que los demás también tienen limitaciones y no son perfectos.
Todos, en mayor o menor medida, tenemos este tipo de pensamientos, pero ¿cuáles son tus “debería” más dañinos y bloqueantes?
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